Nieve: relajante, sensorial y llena de sorpresas

Casi ningún otro cambio de estación es tan ostentoso y, al mismo tiempo, tan tranquilo como la transición del otoño al invierno. Cuando fuera hace frío, el aire fresco es un claro indicio de que la nieve se aproxima; literalmente, se puede oler. Montañas, bosques, lagos y ciudades desaparecen bajo un manto blanco y reluciente. Con el esplendor blanco, también se cierne cierto silencio sobre el paisaje. Los ruidos parecen envueltos en algodón; los sonidos llegan al oído muy amortiguados. Con cada bocanada de aire puro del invierno, aparece una tranquilidad reconfortante. Tu propio ritmo también se ralentiza inconscientemente. Y hace que te sientas increíblemente bien.

En función de la refracción de la luz, la nieve brilla en una amplia variedad de matices de color, que en general percibimos como blanco. Pero el blanco no es solo el color de la pureza, también representa alegría, paz y ligereza; unos ingredientes que crea la blanca magia invernal propia de la nieve. Y no es de extrañar que en este silencio aguarden un cúmulo de experiencias con garantía de felicidad: en cuanto los primeros copos de nieve se te derriten en la punta de la nariz o la lengua y sonríes, te invade la sensación de una alegre diversión. Mientras juegas en la nieve, surgen momentos que recordarás durante mucho tiempo: esquivar bolas de nieve, colocar una nariz de zanahoria a un muñeco de nieve o lanzarte en trineo y por un tobogán. En eso consiste la belleza de la nieve, que se puede experimentar de formas muy distintas.

Un paseo en trineo tirado por caballos por el paisaje invernal convierte el manto blanco en pura magia invernal. Las campanillas de los caballos, la rítmica pisada de los cascos y su poderoso resoplido suenan suavemente amortiguados. En el asiento trasero, envuelto en cálidas mantas de lana, acurrucado con el resto de acompañantes y con el agradable calor de tu gorro en la cara, disfrutas del paseo. Pasarás por increíbles maravillas heladas de la naturaleza, desde cascadas heladas y majestuosas coníferas bajo una capa de nieve moldeada por el viento hasta carámbanos que cuelgan de los techos.

El sol del invierno hace brillar las pistas de nieve y los lagos. En los lugares donde los maestros del hielo indican que se encuentra el hielo más espeso, retozan los patinadores y los amantes del curling. El bullicio dura hasta la noche, cuando finalmente se desvanece en el silencio del invierno. En ese momento, la luna aparece en escena y crea un telón de fondo de ensueño para disfrutar del paisaje en paz, solo para ti. Sin ruido ni luz artificial. Solo con el fascinante espectáculo del cielo estrellado que reluce en el silencio.

Lo mejor después de una excursión con antorchas, un baño de hielo, una excursión en trineo o una excursión de invierno es hacer una parada en un refugio típico de Austria. Cuando te sientas en el acogedor comedor con las mejillas de un rojo reluciente y un enorme apetito, y te sirven delicias caseras frescas como asados, aperitivos o las crepes troceadas y caramelizadas Kaiserschmarren, la sensación de estar en buenas manos y de hospitalidad te embarga y te hace sentir bien.

Todos conocemos esa sensación de estar entre las nubes. Pero, ¿y si la nieve fuera el principal motivo del sueño? Si crees en la interpretación de los sueños, la nieve es sinónimo de calma y contemplación. Soñar con nieve podría ser un indicio de que debemos parar para desconectar y relajarnos, para aportar un poco de paz al cuerpo y al alma. Lo mejor de todo es que en invierno, en Austria, estos sueños se hacen realidad: en un spa, rodeado de aguas termales y suaves mantas o inmerso en un buen libro. Desacelera conscientemente, en paz, para conectar contigo mismo. Con el aroma a especias y esencias beneficiosas rodeándote. Y, de vez en cuando, mira hacia una vasta extensión de nieve polvo y escucha la calma. Realmente, es un sueño.