Un príncipe estigmatizado

Nacido en París el 18 de octubre de 1663, en una rama noble pero empobrecida de la Casa de Saboya italiana, el Príncipe Eugenio fue una figura poco atractiva de hombros torcidos, una nariz con una forma extraña y excéntricas afinidades queer.

Tenía grandes sueños depositados en una carrera militar, pero debido a su baja estatura, inferior al metro y medio, y muy probablemente debido a la escandalosa reputación de su madre como envenenadora, Francia se negó a aceptarlo en las filas de su ejército. A los 20 años, el Príncipe Eugenio decidió huir del país y lo hizo disfrazado de mujer.

El ascenso del príncipe al heroísmo

Cuando llegó a Viena, el emperador Leopoldo I de Austria necesitaba desesperadamente reclutas militares y lo recibió con los brazos abiertos. El príncipe, agradecido, dedicó su lealtad al ejército austríaco y rápidamente ascendió de rango. Disfrutó de una reputación de héroe cuando salvó al cristianismo en la Europa Occidental tras décadas de asedio por parte de los otomanos musulmanes. Con el tiempo, sirvió a tres emperadores Habsburgo y se convirtió en su líder militar de más éxito.

El príncipe queer

Sin embargo, su vida privada sigue siendo un misterio para muchos. El Príncipe Eugenio nunca se casó, no tuvo hijos y sus contemporáneos le llamaron "un Marte sin una Venus". Los rumores sobre su homosexualidad persistieron, sin embargo, en su época no existía el concepto de homosexualidad ni el de queer. 

El Príncipe Eugenio no era convencional y trajo nuevas formas de pensar y vivir a Viena. Moda parisina con ropa pomposa, maquillaje y pelucas para hombres, rumores sobre hombres que se "entretenían" entre ellos durante la guerra y se vestían como mujeres para escapar de sus responsabilidades como cabezas de familia: historias comunes en aquella época, pero etiquetadas como un comportamiento excéntrico por parte de la sociedad vienesa. Hoy en día, la comunidad gay local considera a Eugenio como uno de los suyos y es el protagonista de todos los recorridos por el lado gay de la ciudad de Viena.

El príncipe extravagante

A medida que crecían su éxito y su riqueza, también crecía el anhelo del príncipe por obtener un reconocimiento oficial. Cada vez más exhibía su poder con grandiosas representaciones.

A lo largo de su vida, construyó tres majestuosos palacios: su residencia de verano, el Palacio Belvedere con el Alto y el Bajo Belvedere, y su Palacio de Invierno, ambos en el corazón del casco antiguo de Viena, y su palacio de caza, el Palacio Hof, a 50 minutos al este de Viena; tres obras maestras arquitectónicas que influyeron significativamente en la arquitectura barroca vienesa. Las sumas gastadas en la decoración de las salas representativas de estos palacios con tapices, telas, candelabros, espejos y frescos grotescos superaban con creces las dedicadas a los edificios. Sus jardines, llenos de plantas inusuales y fuentes, y las exhibiciones de animales exóticos en cautividad se sumaron al encanto de sus propiedades.

Un príncipe apasionado por las artes

Desarrolló una gran pasión por las artes, la filosofía y las ciencias. En casi cincuenta años de dedicación inquebrantable como general, estadista y, posteriormente, diplomático, acumuló una colección incomparable de cuadros, grabados en cobre, objetos de arte y telas exóticas de todo el mundo y creó una de las bibliotecas más extensas de su época.

El amigo más cercano del príncipe.

En sus 72 años de vida, puede que su amado león domesticado fuera el que estuviera más cerca de este reservado príncipe. El león representa el poder y la fuerza, símbolos que el Príncipe Eugenio admiraba y utilizaba libremente para adornar sus puertas y portales de entrada y escudos de armas, y se dice que su relación con este león fue especial. Cuenta la leyenda que a la hora de la muerte del Príncipe Eugenio, el animal salvaje comenzó a rugir terriblemente, como si supiera que su amigo se estaba muriendo, sintiendo este vínculo trascendente con el Príncipe.

El legado y la influencia del príncipe

A pesar de sus excentricidades, o quizás debido a ellas, su impacto en el patrimonio cultural de Viena es indiscutible. Tras la muerte del Príncipe Eugenio, la emperatriz María Teresa le dio al Palacio Belvedere un nuevo propósito. Se convirtió en una galería donde se exhibían las colecciones de arte imperiales, convirtiéndose en uno de los primeros museos del mundo abierto al público.

Hoy en día, tres siglos después, el Belvedere de Viena sigue siendo un escenario central para el arte y se erige como testimonio de la visión del príncipe, albergando una de las colecciones de arte más importantes del mundo, incluida la emblemática obra maestra de Gustav Klimt, "El beso".